Érase una vez que se era un viaje de IDA y vuelta: Vendiendo fruta transportada en maserati a un casoplón
Todo está muy revuelto, demasiado revuelto, en exceso revuelto… No cabe duda que si todo estuviera en reposo las partículas y los lodos estarían sedimentados, en la actualidad las tenemos en plena suspensión, el agua ha sido enturbiado. Para que esto ocurra alguien ha tenido que remover las aguas y alterar los fondos para que todo quede turbio, alguien agita los fondos y todo el volumen se altera, pierde claridad y transparencia, es un agua densa, de color indefinido tipo gris-verdoso, con sedimentos flotantes y un hedor/cheire intenso y penetrante.
Desde luego esta alteración medio-ambiental no se ha generado espontáneamente, si bien es cierto que los componentes estaban ahí, no es menos cierto que no estaba tan revuelto. Alguien ha agitado y removido las aguas desde el fondo para levantar los sedimentos y los lodos, emitiendo 19 insultos y descalificaciones muy graves dirigidos al Presidente del Gobierno, en solo un minuto y medio…
Érase una vez que se era, una tierra de promisión donde todo era de suma ilusión y aspiraba a la perfección más absoluta. Para conseguirlo estaba gobernada por una simpar mujer amante de la libertad más absoluta que compartía, sin límites, con su pueblo y, con suma libertad maleducada, decía al presidente del gobierno, que le “gustaba la fruta” y repartía cestos atiborrados de fruta, para celebrarlo.
Érase una vez que se era, una tierra que cuando estaba gobernada por una simpar mujer, amante de la libertad, sufrió una terrible pandemia y su gobernante proclamaba libertad para afrontar su contagio. Cuando menos se imaginaba llegó a afectar a mucha gente y la libertad se tornaba por enfermedad.
Érase una vez que se era, un lugar donde había muchas residencias donde vivían personas mayores, tras años de trabajo allí se retiraban para ser cuidados y poder descansar de las atribuladas vidas que habían tenido.
Érase una vez que se era, que durante la pandemia esas personas mayores se contagiaban con mayor facilidad y su pronóstico resultaba más sombrío. Era tan amante de la libertad su simpar gobernanta que firmó unos protocolos de atención de esas personas mayores afectas, en ellos se impedía derivar a las personas mayores afectas a los hospitales, así que empezaron a morirse solos, ahogados en su aislamiento y en sus recuerdos sin materia.
Érase una vez que se era que, de tal suerte y en tal tiempo, fallecieron 7.281 personas mayores en esas residencias donde la libertad se limitaba a morir o la nada. Sus familias clamaban en el desierto de la tierra de la libertad de tomar cañas y salir por la noche, concedida por su simpar gobernanta.
Érase una vez que se era, que unos ciudadanos crean una Comisión Ciudadana para investigar las muertes de ancianos en las residencias, ante la inacción del gobierno de la simpar presidenta, que tampoco quiere saber nada de esas familias. Así se obtienen datos y testimonios: más de 4.000 se podrían haber salvado si hubieran sido derivados a los hospitales adecuados.
Érase una vez que se era, que la simpar gobernanta lo explicó a su manera: “Se iban a morir”, se erige en sumo hacedora de vidas y muertes de sus ciudadanos. La ciencia la aporta datos: el 65% de las personas mayores que ingresaron en los hospitales sanaron. No importa, la simpar presidenta se queda inamovible ante el desaliento de las familias.
Érase una vez que se era que la simpar presidenta decidió construir un “hospital de pandemias”, desde luego “único en el mundo”, sin criterio ni planificación, sin plantilla de profesionales y sin dotación de algunos servicios básicos, un hangar con modelo “sala corrida” tipo siglo XIX. Su coste no se conoce con exactitud pues solo hay incrementos presupuestarios… no tiene función y se le asignan funciones diversas como almacén de vacunas, centro de vacunas, centro de recursos, centro de atención especializada para la ELA (to be continued…)
Érase una vez que se era, una tierra donde los jueces decidían si los acuerdos, basados en las evidencias científicas, eran o no eran aplicables para el conjunto de la población, pero fallecimientos de personas mayores escasamente aclarados no eran de su incumbencia.
Érase una vez que se era, una simpar gobernanta que consiguió que las personas de su entorno progresaran económicamente, hasta unos límites de gran relevancia, pudiendo llevar los protocolos que fueran en un super maserati hasta el gran casoplón donde habitaba, por mor de ser puesto a su disposición por su “novio”, apelativo clásico, donde lo haya, que otorgaba a su pareja emergida de la nada al todo.
Érase una vez que se era, que en la tierra donde las cervezas gozaban de libertad y la “dama del alba”, al decir de Alejandro Casona, copaba sus registros máximos entre las personas mayores de las residencias, la familia de su simpar gobernanta gozaba de ventajas imponentes por doquier.
Érase una vez que se era, un novio venido a más por mor de la acción de una simpar novia que lo protegió, cuando emergió su fraude a la hacienda pública. La simpar novia, a saber, presidenta también de nuestro lugar, le exoneró de culpas desde atriles oficiales, anunciando complot masivo desde lugares tan diversos como la Agencia Tributaria, la Fiscalía, el Gobierno o quienquiera dijese algo en contra del novio, luego se transformó en “persona particular” atacada por los poderes del estado, ya que, al parecer, no tendrían mejor función que cumplir.
Érase una vez que se era, que la justicia, siendo como es, decide imputar al “novio-persona particular” dado que su propio abogado reconocía el delito, al menos, fiscal, al más puro estilo de Al Capone.
Érase una vez que se era, una simpar presidenta que tenía un jefe de gabinete que funcionaba como un matón de pueblo, que coartaba la libertad de expresión, porque evidentemente no era la ansiada cerveza. La prensa protestaba del simpar matonismo y por ver coartada su libertad, más allá de la cerveza, pero seguía destapando nuevos acontecimientos que involucraban al novio al que defendían la simpar presidenta y su peculiar jefe de gabinete, paladín de las amenazas desabridas plenas de bravuconismo.
Érase una vez que se era, un partido político condenado en tres ocasiones por corrupción, que perdió en las elecciones poder gobernar y le costaba aceptarlo, por lo tanto, berraba, insultaba, revolvía los lodos del fonde del remanso y las aguas perdían su transparencia y el color se hacía oscuro y opaco.
Érase una vez que se era, unos políticos que en vez de explicar su posición ante lo corrupto lanzaban moñigos diversos a la mujer del presidente, imagen especular del novio de la presidenta, sin razón ni motivo más allá de su fantasía, atribuciones e interpretaciones casi, casi pre-delirante.
Érase una vez que se era, un ambiente irrespirable creado artificialmente, donde no existía debate político, sino solo agresiones disimuladas por razones falseadas de culpas proyectadas, solo interesa la agresión por la agresión. Mísera y paupérrima proyección sin sentido real.
El resultado de todo ello: la creciente desafección de la ciudadanía por la cosa pública y por la política, posición muy deseada por la ideología de la derecha. La distorsión que acontece llega a ser de tal calibre que toda imagen queda desfigurada por el efecto de verse en un espejo cóncavo o convexo, así la imagen resultante es virtual, invertida y distorsionada. En estas condiciones la imagen obtenida no puede ofrecerse como normal y adecuada, por mor que algunos así lo pretendan imponer.
En estas circunstancias se encuentra esta tierra, nos queda volver a contar lo que ocurra, érase una vez que se era…