Normalizar a Vox es inaceptable
En la vorágine informativa de la semana, la derecha política y mediática ha pretendido restar relevancia a una de las noticias más graves de este inicio de curso político: la “normalización” de las relaciones entre PP y VOX que han establecido formalmente Feijóo y Abascal en su reunión pública del Congreso de los Diputados.
En realidad, la profundización y el blindaje de estas relaciones vienen consolidándose desde la llegada de Núñez Feijóo a la presidencia del PP, en claro contraste con sus intenciones explícitas de “moderación”. La cita en el Parlamento constata y escenifica lo que de facto viene produciéndose sin excepción allí donde derecha y ultraderecha suman representación suficiente para repartirse el poder.
La diferencia consiste en que ya no esconden ni simulan la unidad estratégica y de destino. El PP de Feijóo se abraza definitivamente a la formación ultra, que representa en nuestro país las ideas y actitudes más contrarias a los valores constitucionales, del machismo al negacionismo climático, pasando por la homofobia, el antieuropeísmo y la nostalgia franquista.
Mientras en las democracias más consolidadas del resto de Europa, el conjunto de las formaciones políticas y los medios de comunicación mantienen un sólido cordón sanitario frente al avance ultra y en defensa de la democracia, la derecha española y sus aliados mediáticos “normalizan” el acceso ultra a las instituciones e, incluso, asumen sus postulados reaccionarios y sus tácticas agresivas.
No se puede normalizar el nombramiento de una Directora General de Justicia en el gobierno aragonés que se fotografía delante de la bandera de una dictadura terrible, como fue la del general Franco. O la elección de una presidenta del parlamento de la Comunidad Valenciana que se niega a condenar los asesinatos machistas.
O el apoyo a un presidente del parlamento balear que tacha a las mujeres de beligerantes “porque no tienen pene”. O la designación de un Director General de Caza en Aragón que homenajea al franquista Millán Astray y a la legión Cóndor que combatió junto a los nazis. O al presidente del parlamento de esta misma comunidad que milita en el movimiento antivacunas. O el mantenimiento en el puesto del vicepresidente castellano leones que niega el cambio climático, la contaminación por CO2 o la necesidad de controlar la enfermedad animal…
Vox representa la ruptura del pacto constitucional que asegura los derechos y las libertades democráticas de los españoles y las españolas. Los planes explícitos de Vox, su discurso, sus acciones, socavan las bases de la convivencia democrática en nuestro país. ¿Cómo se pueden normalizar las relaciones con una fuerza política así?
Vox reclama ilegalizar los partidos políticos que no comparten algunas de sus ideas. Y exige eliminar las comunidades autónomas, recentralizando sus competencias. Los ultras niegan las políticas de discriminación positiva que buscan la igualdad entre hombres y mujeres. Y rechazan la integración europea que nuestro país abandera desde el inicio de la Transición Democrática.
La ultraderecha niega el cambio climático y sus efectos, por lo que rechaza las políticas de preservación ambiental y la ineludible transición energética en marcha. Sus portavoces desafían las evidencias científicas hasta el punto de poner en riesgo miles de vidas, como ocurrió con su oposición a los estados de alarma, los confinamientos forzosos y los procesos de vacunación durante la pandemia del COVID.
Vox promueve los revisionismos históricos más groseros y humillantes para las víctimas del golpe de Estado de 1936, de la guerra civil y la dictadura franquista.
Y Vox incita, cuando no protagoniza directamente, los discursos de odio más extremos, contra el gobierno legítimo de España, contra su Presidente, contra las fuerzas progresistas, contra el feminismo, contra el movimiento memorialista… Cuando tachan de “criminal” o de “peste” al gobierno elegido por los españoles, nos obligan a rememorar las prácticas matonistas utilizadas por la ultraderecha en otras etapas dramáticas de la historia española y europea.
La gran paradoja consiste en que Feijóo presenta su alianza con los principales enemigos de la convivencia constitucional como parte de su permanente reivindicación constitucionalista… Con lo que demuestra que en su deriva errática solo hay una constante: la búsqueda del poder, como sea, por las malas si es preciso.
Y lo peor de todo es que la alianza está dando paso a la asimilación y la identificación, porque cada día es más difícil distinguirles.