La Maleta de Penón: El tejido de la memoria

25 Jun 2025 por Rafa García Rico

Penón

Hay maletas que guardan más cosas que enseres, ropa y recuerdos. Hay maletas que custodian verdades imposibles, secretos que pesan como losas sobre la conciencia de una época. La maleta de Agustín Penón fue una de esas: viajó de Granada a Nueva York, de Nueva York a Madrid, cargada con el testimonio más desgarrador y completo sobre los últimos días de Federico García Lorca. Durante más de cuarenta años permaneció cerrada, como un cofre maldito que nadie se atrevía a abrir completamente. Cuando finalmente Marta Osorio la abrió y ordenó su contenido en el libro Miedo, olvido y fantasía, el mundo pudo conocer por primera vez la extraordinaria historia de un hombre que convirtió la admiración hacia un poeta en una búsqueda obsesiva de la verdad.

Agustín Penón era un norteamericano de origen barcelonés, hijo de exiliados, que vivía en Nueva York cuando el nombre de Federico García Lorca resonaba con fuerza en los círculos intelectuales de la ciudad. La muerte del poeta granadino le había conmocionado profundamente, y en febrero de 1955 decidió emprender un viaje a España que incluía una parada en Granada. Lo que había concebido como una visita casi turística se transformó en una investigación que duraría casi dos años y que cambiaría para siempre su vida.

Al llegar a Granada, Penón se encontró con una ciudad amordazada donde el nombre de Lorca era tabú. Diecinueve años después del final de la guerra civil, el poeta seguía siendo un fantasma prohibido. Fue precisamente ese silencio impuesto, esa conspiración del olvido, lo que despertó en él la urgencia de la búsqueda. Su nacionalidad estadounidense le proporcionaba una libertad de movimientos impensable para cualquier español, pero también lo convertía en objeto de sospechas para las autoridades franquistas.

 

Penón habló con familiares, con testigos, con verdugos. Viajó a Madrid, recorrió pueblos, siguió rastros que parecían perdidos para siempre

 

Penón desarrolló una actividad extraordinaria durante su estancia. Con la precisión de un arqueólogo y la pasión de un enamorado, fue tejiendo una red de contactos que abarcaba desde los amigos más íntimos del poeta hasta sus enemigos más declarados. Habló con familiares, con testigos, incluso con verdugos. Viajó a Madrid, recorrió pueblos, siguió rastros que parecían perdidos para siempre. Todo lo registraba: cada conversación era anotada, cada documento fotografiado, cada detalle preservado en su diario escrito en inglés como medida de precaución.

Sus descubrimientos fueron extraordinarios. Consiguió el certificado original de defunción de Federico García Lorca, un documento que certificaba que el poeta había «fallecido en agosto de 1936 a consecuencia de las heridas producidas por hecho de guerra, siendo encontrado su cadáver el día 20 del mismo mes en la carretera de Víznar a Alfacar». Un cadáver que nadie había visto jamás, una muerte oficial de la que no quedaba rastro físico. También logró manuscritos inéditos del poeta y, lo que resultaría más impactante, testimonios directos de quienes habían participado en su detención y asesinato.

 

Durante una semana Federico vivió escondido en una habitación  en una situación de incertidumbre terrible que Penón logró reconstruir con precisión casi cinematográfica

 

 

La historia que emergió de sus investigaciones es compleja y desgarradora. Federico se había refugiado en casa de la familia Rosales el 9 de agosto de 1936, creyendo que los vínculos falangistas de los hermanos, especialmente de Luis Rosales, le garantizarían protección. Durante una semana vivió escondido en una habitación del segundo piso, en una situación de incertidumbre terrible que Penón logró reconstruir con precisión casi cinematográfica.

Luis Rosales, el poeta falangista que había acogido a su amigo, se convirtió en una figura trágica de la investigación. Su lealtad hacia Federico puso, según su propio relato, en grave peligro su propia vida. Las autoridades, contaba, llegaron a amenazarlo con la expulsión de Falange y con el fusilamiento. Su hermano Pepe conseguiría incluso una orden escrita de libertad para Federico del gobernador militar, pero ya era demasiado tarde. La maquinaria del terror se había puesto en marcha. pero la relación de los Rosales, particularmente la de Pp, con este horrible suceso sogue sin estar tan clara como ellos pretendieron hacer ver. la sombra de la duda siempre ha sobrevolado a la familia y más aún a Luis, el poeta amigo y compañero de generación – la generación del 27 – que siempre vivió con terrible desagrado la inquietante interrogación que gravitaba sobre su papel.

 

Penón logró entrevistarse con Ruiz Alonso en Madrid, años después, en un encuentro que debió requerir un valor extraordinario

 

El responsable directo de la detención fue Ramón Ruiz Alonso, ex diputado de la CEDA que sentía un rencor visceral hacia Fernando de los Ríos y, por extensión, hacia Federico. Penón logró entrevistarse con él en Madrid años después, en un encuentro que debió requerir un valor extraordinario. De esa conversación surgieron detalles escalofriantes sobre las acusaciones contra el poeta: ser espía de los rusos, estar en contacto con ellos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual.

La investigación reveló también la dimensión más brutal del crimen. Testigos como el barbero falangista Benet contaron que «a Lorca le torturaron, sobre todo en el culo; le llamaban maricón y ahí le golpearon. Apenas si podía andar». José Luis Trescastro, otro de los implicados, se jactaría posteriormente: «Acabamos de matar a Federico García Lorca. Yo le metí dos tiros en el culo por maricón». Estos testimonios, recogidos por Penón con una valentía que roza lo heroico, revelan que el asesinato de Lorca no fue solo un crimen político, sino un acto de odio hacia todo lo que el poeta representaba: la sensibilidad artística, la diferencia sexual, la libertad creativa.

Penón tuvo que abandonar España precipitadamente en septiembre de 1956, señalado por la policía a consecuencia de sus indagaciones. Se llevó consigo toda la documentación en una maleta que se convertiría en legendaria. Su intención era escribir un libro definitivo sobre el asesinato de Lorca, pero nunca lo hizo. Las razones de este silencio siguen siendo un misterio. Marta Osorio lo definió como «un hombre libre» pero con «muchas dudas a lo largo de la investigación sobre lo que estaba haciendo, por qué lo estaba haciendo y si debería publicarlo». Quizás comprendía que era demasiado pronto, que España no estaba preparada para asimilar una verdad tan descarnada: que podría poner en peligro a muchos de quienes con el corazón abierto le habían teniddo la mano de su memoria.

 

La maleta de Penón, finalmente abierta y dignificada después de tantos avatares y malentendidos, se ha convertido en símbolo de la resistencia contra el olvido

 

Agustín Penón murió en Costa Rica en febrero de 1976, en circunstancias que nunca se aclararon completamente. Una semana antes de su muerte, envió la maleta con toda su documentación a William Layton, que se encontraba en España. El destino de esa maleta es en sí mismo una metáfora de la memoria histórica española y sus extraños avatares. Primero permaneció dos años bajo la cama de Layton, como un secreto demasiado pesado para ser revelado. La maleta de Penón, finalmente abierta y dignificada después de tantos avatares y malentendidos, se ha convertido en símbolo de la resistencia contra el olvido, y todos le hablaban de aquel misterioso norteamericano que había estado allí antes que él.

 

 

 

Gibson recibió la maleta bajo contrato notarial con el compromiso de publicar todo el material de la investigación de Penón. Durante una década tuvo en su poder aquellos documentos extraordinarios, y en 1990 publicó finalmente «Agustín Penón, diario de una búsqueda lorquiana (1955-1956)», editado por Plaza y Janés. Pero algo extraño ocurrió con aquella publicación: el libro pasó desapercibido, la editorial decidió no seguir editándolo «seguramente por motivos puramente comerciales», y la obra quedó como una sombra en la bibliografía lorquiana. Quizás fue la manera en que se presentó: «reducidísimos e incompletos los textos de Agustín, con muy pocas fotografías y tan vinculado a la obra del propio Gibson que parecía más una confirmación del trabajo de este conocido investigador que lo que realmente era: una investigación distinta hecha por un investigador distinto».

 

Marta Osorio, tras catorce años de trabajo paciente y meticuloso, dio a conocer en su integridad la investigación de Penón

 

¿Por qué Gibson no dio el protagonismo que merecía al trabajo de Penón? ¿Por qué aquel libro extraordinario no tuvo la repercusión que debería haber tenido? Son preguntas – en verdad preguntas, hoy, sin importancia – que flotan sin respuesta en la historia de la investigación lorquiana. Lo cierto es que cuando Layton comprendió que Gibson no podría cumplir plenamente su compromiso, le pidió en 1989 que devolviera el archivo. Fue entonces cuando el material de la maleta volvió a manos de quien estaba destinado a convertirse en su verdadera guardiana.

No fue hasta el año 2000 cuando Marta Osorio, tras catorce años de trabajo paciente y meticuloso, dio a conocer en su integridad la investigación de Penón. William Layton, antes de morir en 1995, había expresado en su testamento su voluntad de que la maleta con los documentos de Penón pasaran a manos de su amiga Marta Osorio, a quien había conocido cuando ella tenía quince años durante los ensayos de La Celestina en Granada. Osorio se convirtió así en la verdadera arqueóloga de aquella memoria fragmentada: tuvo que reconstruir, transcribir, estructurar y dar coherencia narrativa a los fragmentos dispersos de una búsqueda obsesiva que había pasado por demasiadas manos y demasiados silencios.

 

La maleta de Penón, finalmente abierta y dignificada después de tantos avatares y malentendidos, se ha convertido en un símbolo de la resistencia contra el olvido

 

 

Miedo, olvido y fantasía no es solo la crónica de un crimen, sino el testimonio de tres historias que se entrelazan: la historia de un asesinato que simboliza la barbarie del franquismo, la historia de una obsesión que convirtió a un admirador de la poesía en detective de la memoria, y la historia de una lealtad que preservó durante décadas una verdad incómoda. En cada página del libro late el corazón de quienes no se resignaron al silencio, de quienes entendieron que la memoria es un acto de justicia y que la verdad, por dolorosa que sea, siempre encuentra su momento.

La maleta de Penón, finalmente abierta y dignificada después de tantos avatares y malentendidos, se ha convertido en símbolo de la resistencia contra el olvido. Su largo periplo -de Nueva York a Madrid, de Gibson a Osorio, del silencio a la revelación- ilustra las dificultades que enfrenta la memoria cuando se enfrenta a verdades incómodas. En sus documentos amarillentos y sus fotografías desvaídas vive para siempre el testimonio de un hombre que amó tanto a un poeta que dedicó su vida a rescatarlo del silencio impuesto. Marta Osorio, al morir en 2016, nos legó no solo un libro indispensable, sino una lección sobre el poder de la fidelidad y la importancia de dar el protagonismo merecido a quienes, como Penón, arriesgaron todo por la verdad cuando era peligroso hacerlo.

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