Bolsonaro y el apoyo de Trump: neoimperialismo radical

11 Jul 2025 por Redacción Irispress

La reciente decisión del expresidente Donald Trump de imponer aranceles del 50 % a las importaciones brasileñas ha generado una oleada de rechazo en el ámbito internacional, tanto económico como geoestratégico.  La motivación ya no se disimula y esta excede con mucho el campo estrictamente económico. Su abierta relación con la reactivación de los procesos judiciales contra Jair Bolsonaro —expresidente de Brasil, exmilitar y figura destacada de la ultraderecha latinoamericana— es un mensaje geopolítico de profundo calado: una advertencia y una presión directa sobre un Estado soberano que está intentando reconstituir su institucionalidad democrática después de un periodo de fuerte regresión autoritaria.

Esta maniobra económica se inscribe en una tendencia global creciente que podríamos caracterizar como un nuevo modo de intervención indirecta: ya no se trata de marines desembarcando en puertos estratégicos, ni de operaciones encubiertas al estilo de la Guerra Fría, sino de la instrumentalización del comercio internacional como forma de coacción política. La doctrina tradicional del proteccionismo —tanto en su vertiente liberal como conservadora— ha sido desplazada por una lógica punitiva, en la que el arancel no es tanto una herramienta para defender a las industrias nacionales, sino un instrumento para castigar a los gobiernos que se apartan de determinadas afinidades ideológicas. En este contexto, el castigo comercial a Brasil no puede leerse sino como una señal a los gobiernos latinoamericanos: la lealtad a un cierto orden reaccionario —representado en su momento por Bolsonaro y ahora revitalizado por Trump— no sólo será recompensada, sino que su abandono traerá consecuencias.

 

El castigo a Brasil es porque su aparato institucional comienza a juzgar con firmeza el intento de ruptura constitucional promovido por Bolsonaro

 

Lo que se está desplegando, en efecto, es una forma nada sutil y radical  – cuando no obscena -de condicionar la soberanía judicial y política de los demás países , en especial de aquellos que han osado abrir procesos de rendición de cuentas contra figuras vinculadas con el neofascismo o el populismo de extrema derecha. El castigo a Brasil es porque su aparato institucional comienza a juzgar con firmeza el intento de ruptura constitucional promovido por Bolsonaro tras su derrota electoral: ya no hay disimulo ninmguno en este neoimperialismo fascista. El paralelismo con lo ocurrido en Estados Unidos tras el asalto al Capitolio en enero de 2021 es evidente, y el alineamiento de Trump con su homólogo brasileño no es nuevo: ambos han compartido narrativas conspirativas sobre fraude electoral, ambos han hostigado a los tribunales y a la prensa, y ambos han cultivado una visión autoritaria del poder.

Pero lo más alarmante de esta dinámica no es únicamente su contenido, sino su legitimación progresiva a través de una retórica nacionalista que disfraza de defensa de los intereses estadounidenses lo que, en realidad, es una tentativa de exportar un modelo ideológico. La presión económica no busca alterar los términos del intercambio comercial, sino alterar la dirección política de los países que aún ofrecen resistencia al avance de una internacional reaccionaria. Frente a ello, la defensa de la soberanía democrática no puede limitarse al ámbito interno: también exige resistir a estos nuevos mecanismos de coerción disfrazados de política económica.

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