Dionisio Ridruejo: el valor de la conciencia

En la galería de figuras que marcaron la historia española del siglo XX, pocas resultan tan complejas, tan paradójicas y, al mismo tiempo, tan imprescindibles de rescatar como Dionisio Ridruejo.
Su vida es un testimonio de transformación radical: de ser el brillante propagandista del franquismo, apodado con crudeza el “Goebbels español”, a convertirse en uno de los opositores más lúcidos y valientes de la dictadura. M
Medio siglo después de su muerte en 1975, Ridruejo permanece injustamente confinado a círculos académicos especializados, cuando su trayectoria debería ser un pilar del patrimonio ético colectivo de España. En una era actual asediada por la desinformación, los bulos, la incertidumbre y el oportunismo político, su ejemplo de honestidad intelectual, autocrítica incansable y compromiso con la verdad ofrece una lección poderosa.
Ridruejo no solo encarna la posibilidad de la redención moral, sino que demuestra que la coherencia ética puede prevalecer incluso en los tiempos más oscuros, una enseñanza que resuena con urgencia en nuestra sociedad contemporánea.
Orígenes y formación: La semilla de una conciencia inquieta
Dionisio Ridruejo Jiménez nació el 12 de octubre de 1912 en El Burgo de Osma, Soria, en el seno de una familia burguesa acomodada, profundamente arraigada en los valores conservadores de la Castilla rural. Su padre, un comerciante y político local, y su madre, de tradición católica, le proporcionaron un ambiente culto pero rígido, donde las primeras inquietudes literarias de Dionisio encontraron eco. Estudió bachillerato en Segovia, donde un encuentro decisivo con Antonio Machado marcó su sensibilidad.
El poeta de Campos de Castilla, con su palabra precisa y su preocupación existencial por España, no solo despertó en Ridruejo un amor por la poesía, sino que le enseñó que la literatura podía ser un vehículo de compromiso social. Esta influencia machadiana, aunque inicialmente subsumida bajo el fervor nacionalista de su juventud, sería una constante en su vida, resurgiendo en sus momentos de mayor lucidez.
Tras cursar Derecho y Filosofía y Letras en Madrid – carrera que había comenzado en El Escorial, localidad que sería tan importante en su trayectoria y en la iconografía falangista-, Ridruejo se sumergió en el vibrante ambiente intelectual de los años treinta, una década de efervescencia cultural y polarización política. Su primer poemario, Plural (1935), publicado a los 23 años, reveló una voz poética singular que combinaba la tradición clásica española con ecos de las vanguardias europeas. Sus versos, cargados de una melancolía prematura y una perfección formal sorprendente, anticipaban la profundidad introspectiva que caracterizaría su obra posterior.
Sin embargo, la España de la Segunda República, desgarrada por conflictos ideológicos, no permitió que Ridruejo se limitara a la contemplación poética. Como tantos jóvenes de su generación, sintió la urgencia de la acción política, un llamado que lo llevaría por un camino inicial de trágico error.
La seducción falangista: idealismo y extravío
En la Universidad Complutense, Ridruejo conoció a José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española, cuya carismática retórica y promesa de una “tercera vía” entre el marxismo y el capitalismo cautivaron al joven poeta. Para Ridruejo, la Falange representaba un ideal de justicia social envuelto en un nacionalismo romántico y un catolicismo estetizado, una utopía que parecía responder a las fracturas de la España republicana. En 1933, se afilió a la Falange, y su talento literario pronto lo convirtió en una figura destacada. Fue él quien compuso algunos de los versos más memorables del himno falangista Cara al sol: “Volverán banderas victoriosas / al paso alegre de la paz ”. Estos versos, que décadas después repudiaría con amargura, nacieron de una fe sincera en un proyecto que creía regenerador.
Cuando estalló la Guerra Civil en 1936, Ridruejo se encontraba en la zona sublevada. Su capacidad oratoria y su pluma lo llevaron a ocupar cargos clave en la Falange: primero como jefe provincial en Valladolid y, desde 1938, como jefe nacional de Propaganda. En este rol, se convirtió en la voz más elocuente del incipiente régimen franquista, dotando de épica y lirismo a la causa de los sublevados. Sus discursos, solo superados por los del propio José Antonio, construyeron un relato heroico del “Alzamiento” que ocultaba la brutalidad de la represión. Sin embargo, incluso en el fragor de la guerra, Ridruejo comenzó a percibir las contradicciones de su causa.
Escrito en España
En Escrito en España (1962), reflexionaría con dolor: “En cualquier guerra, el uso de la violencia aparece como un recurso normalizado… en una guerra civil, una parte de la retaguardia se considera también como enemigo y resulta más segura la represión preventiva que la simple vigilancia”. Esta confesión revela una conciencia que, aunque tardíamente, empezaba a agrietarse ante la barbarie que presenciaba.
La muerte de José Antonio Primo de Rivera en noviembre de 1936, ejecutado por el gobierno republicano, fue un golpe devastador para Ridruejo. José Antonio no era solo un líder político, sino un modelo intelectual y ético que había encarnado la promesa de una Falange idealista. Con su desaparición, el movimiento comenzó a perder su identidad, transformándose en un apéndice del poder personal de Franco. Ridruejo, testigo de esta deriva, sintió cómo los principios que lo habían seducido se diluían en una dictadura al servicio de las élites conservadoras.
El desencanto y la búsqueda de coherencia: la División Azul
El fin de la Guerra Civil en 1939 no trajo a Ridruejo la satisfacción esperada, sino un desencanto profundo. Desde su puesto en la maquinaria propagandística del régimen, observó cómo Franco traicionaba los postulados sociales de la Falange original. La España de la victoria no era la patria fraterna y justa que había imaginado, sino un Estado represivo dominado por la Iglesia, los terratenientes y los militares. La Falange, reducida a un decorado folclórico, perdió su capacidad transformadora, dejando a Ridruejo en una encrucijada moral.
En 1941, en un acto que combinaba desesperación y necesidad de coherencia, Ridruejo tomó una decisión radical: se alistó como soldado raso en la División Azul, la unidad española enviada al frente ruso para apoyar a la Alemania nazi en su lucha contra la Unión Soviética. Renunciando a sus privilegios, marchó al frente bajo el seudónimo de Andrés Oncala, escribiendo crónicas para el diario Arriba que ofrecen un testimonio excepcional de la experiencia bélica. Su participación en la División Azul, aunque alineada con el anticomunismo de la época, no fue un acto de fanatismo, sino una búsqueda de autenticidad: si creía en la causa, debía compartir sus riesgos. Sin embargo, el frente ruso marcó un punto de inflexión. Confrontado con la crudeza de la guerra y la propaganda totalitaria, Ridruejo comprendió la verdadera naturaleza del régimen al que había servido y la falacia de los ideales que lo habían sostenido.
La ruptura definitiva: una carta a Franco y el camino a la oposición
A su regreso en 1942, Ridruejo protagonizó uno de los gestos más valientes de la historia del franquismo: envió a Franco una carta de una dureza inaudita, reprochándole su “revanchismo deportivo” y el haber convertido el poder en un “pago de gratificaciones”. En este documento, cuya lucidez aún asombra, advertía que “el régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como tinglado”. La carta no solo marcó su ruptura con el franquismo, sino que lo expuso a la vigilancia y el ostracismo del régimen. Fue un acto de coraje intelectual que pocos en su posición se atrevieron a emular.
Ridruejo no se conformó con la disidencia silenciosa. Fundó la revista Escorial (1940-1950), codirigida con Pedro Laín Entralgo, que se convirtió en un refugio para la cultura libre dentro de los estrechos márgenes del régimen.
Escorial, el frustrado diálogo intelectual que promovió Dionisio Ridruejo
A través de Escorial, promovió un diálogo intelectual que desafiaba la ortodoxia franquista, acogiendo a escritores y pensadores de diversas sensibilidades. Paralelamente, su poesía comenzó a reflejar su desengaño. Obras como Cuadernos de la campaña en Rusia (1942), En la soledad del tiempo (1944) y Hasta la fecha (1961) muestran una voz cada vez más introspectiva, despojada de la retórica falangista y cargada de una melancolía autocrítica.
A partir de los años 50, Ridruejo abrazó la acción política clandestina, pagando un alto precio personal. En 1956 fue encarcelado tras las protestas estudiantiles en la Universidad Complutense, una experiencia que relató en Los cuadernos de Rusia. En 1957 enfrentó una nueva detención por redactar un informe reservado sobre la realidad política española, que llegó a manos de Franco. Este documento, de una claridad demoledora, describía un régimen en descomposición moral, sostenido por la represión y la inercia. Cada arresto, cada sanción, reforzaba su compromiso con la democracia, un ideal que iba madurando a través de sus lecturas de pensadores como Karl Popper, Raymond Aron y los teóricos del socialismo democrático europeo.
La oposición antifranquista: Acción Democrática y el “Contubernio” de Múnich
En 1960, Ridruejo fundó Acción Democrática, una plataforma que reunía a intelectuales y profesionales comprometidos con una transición pacífica hacia la democracia. Este proyecto reflejaba su evolución hacia posiciones socialdemócratas, influida por sus viajes a Europa y su contacto con la intelectualidad democrática occidental. Acción Democrática buscaba superar las divisiones de la Guerra Civil, promoviendo un modelo de reconciliación nacional basado en la justicia social y los derechos humanos.
En 1962, Ridruejo protagonizó uno de los episodios más significativos de la oposición antifranquista: su participación en el Congreso del Movimiento Europeo en Múnich, conocido despectivamente por el régimen como el “Contubernio”. Desafiando la prohibición de viajar, se unió a representantes de todas las fuerzas democráticas españolas, desde liberales hasta socialistas, excluyendo al Partido Comunista por razones tácticas y de recelo ideológico. Su intervención en Múnich, un alegato magistral por la democracia, la reconciliación y la integración europea, marcó un hito en la lucha antifranquista. El régimen respondió con dureza: Ridruejo fue exiliado a París, donde permaneció hasta 1964.
Durante su exilio, escribió Escrito en España (1962), una obra fundamental que combina análisis político, memoria personal y autocrítica implacable. Prohibido en España, el libro circuló clandestinamente, convirtiéndose en una referencia para los opositores al franquismo. En sus páginas, Ridruejo desmonta la narrativa oficial del régimen y asume su responsabilidad por haber contribuido a su construcción, ofreciendo un modelo de honestidad intelectual que trasciende lo personal para convertirse en un acto de reparación histórica.
Los últimos años: Un legado para la democracia
Tras regresar a España en 1964, Ridruejo intensificó su compromiso democrático. En 1974 fundó la Unión Social Demócrata Española, convencido de que la socialdemocracia ofrecía la mejor alternativa al franquismo. Su programa político, elaborado con rigor, defendía la justicia social, los derechos humanos, la reconciliación nacional y la integración europea, anticipando muchos de los principios de la Transición democrática. Aunque su salud estaba ya deteriorada, su actividad no cesó, impulsada por la convicción de que la democracia era el único camino para sanar las heridas de España.
Ridruejo murió en Madrid el 29 de junio de 1975, pocos meses antes de la muerte de Franco, sin llegar a ver la democracia por la que tanto luchó. Su entierro, aunque discreto por la represión del régimen, reunió a figuras de la oposición democrática, desde socialistas hasta liberales, en un homenaje silencioso a su legado. No fue una manifestación abierta, pero sí un símbolo de la unidad que Ridruejo había defendido.
La obra literaria: Un espejo de la conciencia
La producción literaria de Ridruejo es inseparable de su evolución ética. Sus Poesías completas (1976) trazan el arco de una voz que pasa de la grandilocuencia falangista a la intimidad reflexiva. Poemas como “Elegía en la muerte de Paul Eluard” o los incluidos en Escrito en España son testimonios de una conciencia en crisis que encuentra en la poesía un vehículo de liberación moral. Su ensayística, recogida en Materiales para una biografía y Casi unas memorias, ofrece un retrato único de la España del siglo XX desde la perspectiva de quien conoció el poder desde dentro y supo renunciar a él por convicción.
Sus análisis del fascismo español, el papel de la Iglesia y la evolución de la sociedad española mantienen una vigencia asombrosa. En Escrito en España, por ejemplo, disecciona la alianza entre el franquismo y las élites económicas, un fenómeno que resuena en las críticas actuales a la connivencia entre poder político y privilegios económicos. Su capacidad para anticipar los retos de la modernización democrática lo convierte en un pensador cuya obra merece ser revisitada.
Dionisio Ridruejo en el presente: Un antídoto contra la mentira
En la España de 2025, marcada por la polarización, los bulos y la desconfianza en las instituciones, la figura de Dionisio Ridruejo adquiere una relevancia casi profética. En un mundo donde los discursos simplistas y las verdades a medias proliferan, su ejemplo de autocrítica rigurosa y compromiso con la verdad es un recordatorio de que la política no debe ser un ejercicio de conveniencia, sino de responsabilidad. Ridruejo demostró que es posible rectificar, que el arrepentimiento sincero puede ser fecundo y que la dignidad radica en anteponer los principios a los intereses personales.
Su evolución desde el falangismo al antifranquismo no fue un acto de oportunismo, sino el resultado de una reflexión profunda sobre los errores del totalitarismo y las demandas de una sociedad plural. En una España franquista donde la disidencia era castigada con prisión o exilio, Ridruejo asumió el riesgo de alzar la voz, enfrentando su conciencia limpia al poder dictatorial. Su trayectoria es un acto de justicia hacia las víctimas de los errores que él mismo reconoció, un legado que trasciende lo personal para convertirse en un patrimonio colectivo.
Rescatar a Dionisio Ridruejo del olvido no es solo una tarea histórica, sino un imperativo moral
Rescatar a Ridruejo del olvido no es solo una tarea histórica, sino un imperativo moral. En un tiempo donde el revisionismo histórico intenta blanquear las dictaduras y los discursos populistas relativizan las libertades democráticas, su vida ofrece una lección de coraje: la verdad exige sacrificio, pero solo a través de ella se construye una sociedad justa. Para las nuevas generaciones, Ridruejo no debe ser una reliquia académica, sino un símbolo vivo de que la política, en su mejor expresión, es un ejercicio de honestidad y servicio.
La democracia española tiene una deuda con Dionisio Ridruejo. Su lucha por la libertad, su rechazo a la comodidad del silencio y su capacidad para transformar el error en redención lo convierten en un modelo para quienes buscan un futuro donde la verdad prevalezca sobre la mentira, la justicia sobre el privilegio y la humanidad sobre la barbarie. En estos tiempos de incertidumbre, su voz sigue llamándonos a ser mejores, a no rendirnos, a construir un mundo donde la ética no sea una excepción, sino la norma.