Ho Chi Minh: los versos que forjaron una nación

En las calles de París, mientras el invierno mordía la piel, un hombre escribía versos que encendían fuego en tierras lejanas. Nguyễn Ái Quốc —»El Patriota»— nombre con el que firmaba sus ardientes manifiestos, tejía con palabras lo que las armas aún no podían conquistar: la conciencia de un pueblo disperso bajo el yugo colonial. No era entonces Ho Chi Minh —»El Iluminado»— ese nombre vendría después, cuando la tinta de sus poemas ya hubiera calado en la sangre de Vietnam.
La palabra fue su primera arma. Entre 1919 y 1923, mientras Europa bailaba sobre los escombros de la Gran Guerra, él denunciaba en Le Paria la hipocresía occidental que predicaba libertad mientras encadenaba al sudeste asiático. Su prosa, punzante como bambú afilado, no escondía floreos retóricos sino la urgencia del hambre y la opresión. «Cuando un pueblo tiene hambre, sus entrañas hablan más fuerte que cualquier ideología», escribió, en un francés que dominaba como estrategia de infiltración en el pensamiento del colonizador.
Su obra literaria temprana incluye el impactante panfleto Le Procès de la colonisation française (1925), donde desnuda la brutalidad del sistema colonial con una prosa documentada y ardiente que preludia el género testimonial. En este texto, Ho Chi Minh combinó la investigación rigurosa con una narrativa que humanizaba el sufrimiento abstracto de las estadísticas.
Su literatura no puede separarse de su política, como no puede separarse el arroz del agua que lo hace crecer. Encarnaría décadas antes lo que Jean-Paul Sartre definiría como el engagement del escritor: «Escribir es una forma de querer la libertad». Ho Chi Minh anticipó esta concepción sartreana donde la palabra no es mero adorno sino acto ético, donde la literatura comprometida transforma la realidad que nombra. En las celdas de la prisión de Kwangsi, donde los nacionalistas chinos lo encerraron en 1942, compuso su Diario de prisión (Nhật ký trong tù): versos clásicos en forma de lüshi —poemas regulados de ocho versos con cinco o siete caracteres por línea, estrictos patrones tonales y paralelismos semánticos— que ocultan una modernidad feroz. En uno de sus poemas más conmovedores escribe:
«Aunque atormentado por mi país, no puedo dormir.
A medianoche escribo poemas bajo la luz de la lámpara.
Si quieres encontrar oro auténtico
El fuego duro debe probarlo primero.»
Mientras su cuerpo se consumía, su espíritu se extendía más allá de los barrotes. Esta obra, de más de 100 poemas, revela su dominio de las formas poéticas tradicionales chinas, pero transformadas para expresar anhelos revolucionarios. La fragilidad física contrastaba con la inmensidad de su visión: una Vietnam unificada, liberada no solo del dominio extranjero sino también de las ataduras feudales.
Lo extraordinario de Ho Chi Minh fue su capacidad para transformar el sufrimiento en belleza sin recurrir al sentimentalismo vacío. Sus poemas, traducidos y memorizados por campesinos analfabetos, destilaban la tradición literaria vietnamita y china, pero las infundía de un propósito revolucionario. No era un esteta encerrado en torres de marfil; era un artesano que forjaba con palabras las herramientas de liberación.
Cuando París, décadas después, se estremecía con las barricadas de Mayo del 68, Sartre reconocería en figuras como Ho Chi Minh la encarnación de su ideal de literatura comprometida: aquella que no teme mancharse las manos con el barro de la historia. «No se puede escribir bien si se está del lado de los opresores», afirmaba el filósofo francés, axioma que el líder vietnamita había materializado en cada verso escrito entre batallas. En su poesía no hay escisión entre estética y ética —falsa dicotomía burguesa—, sino una síntesis donde la belleza sirve a la verdad y la verdad a la justicia.
Como presidente del Vietnam del Norte desde 1945, nunca abandonó la pluma. Mientras dirigía la resistencia contra Francia primero y Estados Unidos después, seguía escribiendo cartas a niños, poemas para soldados, manifiestos para campesinos. Su escritura era agua clara: directa, esencial, nutricia. En su colección Poemas escritos en la montaña, compuesta durante los años de lucha contra los franceses, encontramos versos como estos:
«Los árboles pueden perder sus hojas,
las montañas, desplomarse,
pero nuestra determinación
jamás se debilitará.»
Rehuyó siempre del culto a la personalidad que otros líderes revolucionarios cultivaron. «Un líder es simplemente alguien que camina delante, sosteniendo una antorcha en la oscuridad», escribió en uno de sus últimos poemas. Su estilo combinaba la tradición poética vietnamita —con su economía de palabras y sus metáforas naturales— y la claridad didáctica del manifiesto político.
El dolor de Vietnam fluye entre sus versos como el río Rojo entre arrozales: inevitable, fecundo, a veces devastador. Pero no hay autocompasión en su literatura, sino una dignidad terrible que convierte cada derrota en semilla de futuras victorias. Cuando los bombarderos B-52 arrasaban aldeas, él recordaba en sus escritos que «ningún invasor ha sobrevivido jamás al abrazo de nuestra tierra».
Ho Chi Minh murió en 1969, sin ver la reunificación de su país. Su último poema conocido, escrito poco antes de su muerte, sintetiza su visión poética y política:
«Diez años más de guerra de resistencia,
los años pasan como días de primavera.
La victoria llegará,
celebraremos juntos el retorno.
Norte y Sur, una misma familia,
¿quién puede dividir lo que es uno?»