De crisis impostadas
A ninguno se nos escapa que en muchas ocasiones hay una intencionalidad política en las noticias que nos sacuden “de pronto” y que parecen ser un problema de primer orden que amenaza la estabilidad del país. Cuando estas cumplen su función, ese problema desaparece de la agenda y “pelillos a la mar”.
Según esta agenda, este verano nos está tocando vivir una crisis migratoria. Un asunto recurrente en la política europea, que da altos réditos políticos en un territorio que se está escorando a la derecha más ultramontana y que se cocina con una simpleza escandalosa.
Ciertamente estamos ante una crisis migratoria, pero en realidad esta crisis es crónica y se vive, principalmente, en los países de origen. Países que descapitalizamos económicamente durante el periodo colonial y que ahora les estamos arrebatando el capital humano. Porque más allá de los discursos extremistas y los réditos políticos las economías occidentales no funcionarían (nunca lo han hecho) sin las migraciones. En la segunda mitad del siglo veinte estas migraciones fueron desde el sur al norte de Europa y ahora, que hemos unificado las economías de la Unión, lo son del sur global al norte más próspero. Así va a seguir siendo hasta que este norte prospero se termine desplazando, como ya viene haciendo, a la emergente Asia.
Ciertamente este verano están llegando más africanos a Canarias dado que las rutas desde Marruecos están más controladas. Pero estos aumentos veraniegos de cayucos no revierten las cifras globales que nos siguen indicando que el grueso de la inmigración en España sigue entrado por Barajas y el Prat con visados de turistas.
La crisis de los cayucos no es una crisis migratoria, es una crisis humanitaria de la que desconocemos su dimensión ya que es imposible conocer el número real de fallecidos en estas travesías. La crisis de las migraciones es una condena a los países de origen que ven como su población más joven y preparada se lanza a la mar en busca de oportunidades que se le niegan en sus países de origen. La crisis de los menores es un drama sin precedentes en la historia y la negación de la ayuda un delito.
Ciertamente tenemos una crisis. Una crisis de líderes que vayan más allá de la búsqueda de réditos políticos y que afronten la situación desde la responsabilidad y no desde el miedo al migrante. Líderes que ofrezcan soluciones posibles y no imposibles (¿alguien cree de verdad que un deportado no va a volver a intentarlo?). Líderes que busquen acuerdos que creen oportunidades reales de desarrollo en los países de origen.
Pero, sobre todo, hacen falta líderes que velen por el cumplimiento de las leyes, las que nos obligan a atender a cualquier menor que viva en nuestro país y las que impiden la explotación laboral de cualquier persona y especialmente de aquellas más vulnerables. Y si además esos líderes promueven la solidaridad interterritorial igual dejamos de hablar de crisis migratoria. Yo echo en falta a esos líderes, en España y en todos y cada uno de los países de la Unión.