No, no son menores

5 Ago 2024 por J.L. Pedreira Massa

Se viene hablando de los MENAS, de los menores, un tema recurrente que ha obligado a hacer un proyecto ley, casi de urgencia, para “colocar” a los menores procedentes de las avalanchas sucesivas de inmigrantes que, finalmente, no ha sido aprobada en el Congreso de los Diputados.

Una palabra ha golpeado nuestros oídos: menores… menores… menores… y así sin parar por tierra, mar y aire, menores… menores… menores… qué cansinos, por favor.

El diccionario de la RAE nos dice que menor significa inferior a otra cosa en cantidad, intensidad o calidad. La segunda voz también tiene su interés: menos importante con relación a algo del mismo género. Quiere decir que, en castellano, ser menor es algo de inferior rango, tener menos relevancia o importancia, tener menos calidad que algo o alguien.

En otros idiomas se denomina de una forma más respetuosa en francés es enfance/adolecence; en italiano bambini; en portugués cianças; en inglés children/adolescents; en alemán kindheit/kínder/teenager; catalán nens; en gallego nenenza. No aparece por ningún sitio decir menores, esa odiosa comparación hacia la menor importancia o calidad.

Este vocablo procede del mundo de lo jurídico: menor de edad para ir a la cárcel o para tener sentencia. Dicen textualmente: “menor maduro”, para asignar el menor de edad jurídica y social que podría tener la voluntad de hacer o aceptar hacer alguna cosa en concreta, por ejemplo, aceptar la proposición sexual que le pudieran efectuar. Es decir que menor es una judicialización de la infancia, se critica/evita la medicación de la infancia, o la psicologización de esta etapa del desarrollo y a la hora de denominarla se judicializa la infancia y la adolescencia, sí se judicializa no se le incrementan derechos, según la Convención de derechos y deberes de la infancia aprobada en la Asamblea General de la ONU, el día 20/11 de 1989, que España firmó, aunque no todos los países lo hicieron. La adaptación española ya se transformó en “menores” en la ley 28/12/1996, una ironía que es preciso reseñar: el día de los inocentes se decapita a los sin voz (la infancia) y se transforma en menores.

En castellano debiera ser niños, niñas y adolescentes o, si se quiere, infancia y adolescencia. Infancia etimológicamente viene de infante, que significa el que no tiene voz. Ante ello hemos de repetir lo que dice el Prof. Federico Mayor Zaragoza, ex Secretario General de UNESCO por dos mandatos, que nos señala que “los científicos deben ser siempre la voz de los que no tienen voz”, por ello es necesario requerir la palabra infancia y que tenga su preminencia en relación a menores, una toma de decisión que asegura la defensa real de los niños, de las niñas y de los y las adolescentes.

Desde el planteamiento epistemológico decir menores consiste en situar a la infancia en el lugar del objeto, es decir con menores se despersonaliza a los niños y niñas. Así podemos entender la terminología que se emplea a la hora de buscar soluciones para ellos y que se hace con términos tales como “menas”, “expulsión”, “reparto”, “distribuir” y “colocar”.

Por el contrario, señalar infancia, niños, niñas o adolescentes, sitúan a estas personas en el lugar del sujeto y, por lo tanto, se les reconoce su personalización y la atribución de derechos y deberes. En este sentido al hacerles referencia emerge el respeto, con términos como “infancia y adolescencia”, “búsqueda de respuestas”, “adecuar recursos”, “solidaridad” y “ética”.

Lloyd de Mause en “Historia de la infancia”, señala una cuarta fase histórica que, el autor citado, la denomina de “intrusión”, que equivale a cómo se considera a la infancia en torno al siglo XVIII. En esta época aparece el sentimiento moderno de la infancia, los niños y niñas ya son considerados como individuos a perfeccionar. Aún no existe un carácter empático hacia la infancia, pero sí se constata una distinción entre ser adultos y la infancia, lo que da pie a que surjan ramas científicas para atender a los niños y niñas, como la pediatría. En la época de la “Ilustración” se empieza a hablar de amor y cuidado a los niños y se reconoce que hay una “bondad” innata en ellos, siendo la sociedad quien los corrompe, se constituye como paradigma la concepción manifestada por Jean Jacques Rousseau en “El Emilio”.

Siguiendo estas etapas de la historia de la infancia, se accede a la fase de “socialización”, que abarca todo el siglo XIX y llega hasta mediados del siglo XX. En esta etapa se enfoca en guiar a los niños y niñas hasta convertirse en adultos. Es una época en la que se crean pautas educativas para apoyar la socialización entre ellos, existiendo una preocupación latente por su protección socio-familiar, más allá de los modelos caritativos, pero con un perfil muy paternalista hacia la infancia. El patrón de referencia sigue siendo el adulto, así que aún se trabaja en modelos de perfeccionamiento.

Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, se establece la fase de “Ayuda”. Existe un enfoque diferenciado hacia la infancia, donde se trata de desarrollar sus características únicas como individuos y comprender sus necesidades y potenciar sus habilidades. Las figuras parentales y los cuidadores asumen, con paciencia y responsabilidad, la tarea de la crianza. La sociedad, en general, reconoce la infancia y le da importancia a esta fase en el conjunto del desarrollo del ser humano. Se derivan tratados internacionales (la Convención por lo derechos y deberes de la infancia, aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1989) y se crean agencias no gubernamentales para la restitución de los derechos de la infancia y la adolescencia (UNICEF, Save the Children, Family Watch, Kempe & Kempe Foundation).

La denominación de MENAS sitúa a la infancia en la fase de la intrusión con destellos de la fase de sociabilización pero, aún le queda trayecto para llegar a ser la fase de ayuda. Por lo tanto, sigue dominando la ambivalencia social que se siente hacia la infancia y adolescencia, reminiscencias de la etapa precedente a la intrusión.

Dicho de otro modo: se habla de los menores, se despersonaliza a la infancia y, de esta suerte, se elimina el reconocimiento real de sus derechos, ofreciendo respuestas con gran dosis de paternalismo y un tanto vergonzantes, al tener que aceptar que haya formaciones políticas que rechacen “colocar” con solidaridad a los niños, niñas y adolescentes que llegan del mar.

¿Qué temen los que pretenden criminalizar, de forma intrusiva, a la infancia que huye buscando un futuro mejor?

Les llaman menores, los despersonalizan, porque no soportan la denigración, el oprobio y la vergüenza que les supone aceptar la mezquindad de actuar contra niños, niñas y adolescentes y pretenden desentenderse de los que no tienen voz.

 

 

 

 

Comparte: