El Tratado de Libre Comercio de América del Norte sitúa a México como principal socio de los EE.UU

1 Mar 2024 por Francisco Villanueva

Las exportaciones de México a EE.UU. alcanzaron a 475.000 millones de dólares en 2023, lo que representa 87% del total de sus ventas externas, que rondan 550.000 millones anuales. Esto significa que México exporta más del doble que el resto de los países de América Latina sumados.
En términos globales, México exporta hoy más a EE.UU. un poco más que la República Popular China, que el año pasado le vendió bienes al mercado norteamericano por 427.000 millones de dólares.
En un sentido estricto, México no “exporta” a EE.UU. casi 500.000 millones por año, sino que es una parte creciente y cada vez más significativa del proceso de acumulación estadounidense, la primera economía mundial (25.6 billones/25% del PIB global).
Estos logros extraordinarios son el resultado directo del “Tratado de Libre Comercio de América del Norte” (NAFTA), suscripto en 1992 por EE.UU., México, y Canadá; y ampliado y profundizado por el Nuevo NAFTA (“USMCA’s Agreement”) sellado el 18 de agosto de 2020 a impulso del entonces presidente Donald Trump.
Los rasgos fundamentales del Nuevo NAFTA son los siguientes: ante todo es un excepcional proceso de integración productiva sustentado en las inversiones más que en el comercio; y representa la fase más avanzada de la integración mundial del capitalismo (o globalización) que es el signo de la época, y que está guiada por una vertiginosa digitalización convertida en sinónimo de instantaneidad.
El comercio bilateral entre México y EE.UU. ascendió a 782.000 millones en 2022, y subiría a más de 1 billón de dólares al concluir 2024. Hay que agregar que, si se le suma el intercambio con Canadá, el comercio interno del Nuevo NAFTA alcanzaría a 1.7 billones. En un sentido estricto el Nuevo NAFTA revela la verdadera identidad del capitalismo estadounidense en el siglo XXI, como cabeza de una nueva revolución industrial, y que se integra cada vez más allá de las fronteras nacionales.
Hoy EE.UU. es un sistema político y un territorio determinado, con una población de 330 millones de habitantes (5% del total mundial); y al mismo tiempo es un espacio económico permanentemente reestructurado, cuyo núcleo histórico/estructural está constituido por unos 400 centros de innovación, financiamiento, y alta educación desplegados por todo el territorio estadounidense, y crecientemente en México y Canadá.
El Nuevo NAFTA introdujo una clausula decisiva en la historia del capitalismo internacional, que establece que las transnacionales automotrices radicadas en México pueden exportar preferencialmente al mercado norteamericano en la medida en que los salarios de sus trabajadores adquieran los niveles estadounidenses.
El Nuevo NAFTA también aumentó a 75% el contenido doméstico de las automotrices establecidas en México (13 puntos más respecto a lo pactado en 1992/1994) con lo que se transformó en un extraordinario imán de atracción de la inversión mundial; el resultado ha sido que en los últimos 10 años la inversión transnacional en México ha superado los 300.000 millones, lo que indica una auténtica pasión por invertir y producir para vender con posterioridad en el mayor mercado del mundo, que es el norteamericano.
Este es un punto crucial: los “acuerdos de libre comercio” contemporáneos se guían por un criterio donde lo esencial son las inversiones y lo accesorio el intercambio de bienes y servicios. Hay una relación de prioridad y de continuidad entre estas 2 categorías: las inversiones atraen y arrastran el comercio, porque permiten producir para luego exportar, en un fenómeno donde las empresas transnacionales cumplen un papel absolutamente fundamental.
El conjunto del sistema fija su ritmo de acuerdo a la velocidad del proceso de digitalización, que a través de la Inteligencia artificial se ha convertido en sinónimo de instantaneidad. La carrera entre el tiempo y el espacio que está en el origen del capitalismo industrial se ha resuelto definitivamente con el triunfo del tiempo sobre su rival histórico que es el espacio.
Conclusión provisoria: en un mundo absolutamente integrado por la revolución de la técnica el espacio Norteamericano del Nuevo NAFTA solo compite con el otro gran eje del sistema mundial, que es el del Sudeste Asiático con epicentro en China, y cuyo núcleo fundamental es el trípode Shenzhen, Beijing, y Shanghai.
Esta disposición histórica tiene un doble efecto: por un lado, desaparece la ventaja comparativa que tenía México por sus bajos salarios en el Viejo NAFTA de 1992/1994; y al mismo tiempo un país absolutamente subdesarrollado en muchos aspectos y regiones tiende a compartir los mismos estándares económicos y tecnológicos de la primera economía del mundo.
La consecuencia es que la relación entre los dos países adquiere un carácter absolutamente “horizontalizador”, que absorbe y domina la antigua y ahora anacrónica categoría de la “dependencia” propia de una era que ha quedado definitivamente atrás.
Esta integración, como todo el desarrollo capitalista, tiene un carácter desigual y combinado que obliga a distinguir en todos los casos que es lo esencial y que es lo accesorio, debido al carácter inescindible de los procesos históricos.
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