¡Quieto todo el mundo!; Golpe de Estado contra la democracia

19 Feb 2024 por Víctor Arrogante

Se cumplen 43 años desde que el teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Congreso, con un número indeterminado de guardias civiles, el apoyo del teniente general Milans del Bosch, el general Armada, entre otros militares, políticos en el gobierno y la oposición y gente al servicio del golpe de Estado sin identificar. Aunque fracasó, la Transición quedó tocada y hoy siguen notándose algunas de sus consecuencias.

El golpe estaba previsto para marzo, pero la dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo-Sotelo aceleraron todo lo previsto. Tejero, con tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: ¡Quieto todo el mundo!, dio la orden de ¡todos al suelo! y efectuó un disparo al aire, seguido por ráfagas de ametralladora de los guardias asaltantes. Se presentía lo peor. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el Supuesto Anticonstitucional Máximo, que sirviera como coartada para crear un Gobierno de concentración presidido por un independiente, preferiblemente un militar, volviendo a la normalidad democrática.

Según informó el CESID en otoño de 1980, el golpe duro se preparaba para el mes de mayo de 1981. Si unos meses antes se procedía al relevo del Gobierno, poniendo a un militar al frente, pero sin romper con las reglas constitucionales, los militares más duros se quedarían sin razones para llevar a cabo sus planes involucionistas. La operación De Gaulle contaba con amplios apoyos entre la élite política y económica del país. En la derecha (Alfonso Osorio, Manuel Fraga, Miguel Herrero…). Más sorprendente resulta que el PSOE también participara en esta estrategia. Enrique Múgica tuvo al menos dos encuentros con Armada. El partido encargó un informe al constitucionalista Carlos Ollero sobre el encaje legal de la operación.

Juan Carlos de Borbón estaba al tanto de lo que ocurría, informado por su hombre de confianza el general Armada. A mi dádmelo hecho, parece que dijo en algún momento. Tejero entró al Congreso en nombre del Rey. Sabino Fernández Campos, jefe de la casa real se dirigió al rey: Señor, veo que ya lo sabe. Esto es muy grave. −Sí, Sabino, la cosa es grave. Creo que debemos autorizar a Armada a que venga a la Zarzuela y nos explique detalladamente lo que está pasando, porque están pasando cosas que no estaban previstas−.

El rey, cuando conoció que las cosas no estaban saliendo como se preveían, reculó. Apareció en televisión, después de conocer que todos los capitanes generales cumplirían la orden de interrumpir la operación y anunció la continuidad democrática. Todo implica al rey, en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España, consolidar la democracia y retirar a Suárez de la presidencia del gobierno, con el apoyo de ciertos renombres de la política en el gobierno y la oposición. La conducta del rey antes del golpe no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades. El golpe, sin triunfar consiguió fortalecer como heredero de Franco a que Juan Carlos de Borbón.

La atmósfera en los meses anteriores al golpe era de desestabilización: atentados, crisis económica, agitación social, intoxicación desde los medios de la ultra derecha, división interna en la UCD y dura confrontación política. Los golpistas querían establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del movimiento nacional y el espíritu del 18 de julio. Para Juan Carlos de Borbón, los sublevados sólo habían querido lo mejor para España. Los cabecillas pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad»; la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez, por no tener en cuenta las peticiones de los militares. El rey estaba al corriente de la trama golpista y conforme, antes, durante y después del golpe al que traicionó.

En la historia de España, la monarquía siempre se ha restaurado o instaurado mediante golpe de Estado; la actual, por el de Franco. El 23F, sin triunfar, se consiguió lo que pretendía: el rey y la monarquía se consolidaron; la democracia se fortaleció, aun sometida al miedo de la involución; el desarrollo del estado autonómico se paralizó y ahí sigue; y la grave situación política e institucional, achacada a la política de Suárez se recondujo.

La instrucción de la causa fue irregular y el Juicio ante el Consejo Supremo de Justicia Militar una componenda. No estaban sentados en el banquillo todos los implicados, aunque algunos de ellos fueron juzgados. La Casa de Campo, fue un desfile de carnaval. Todos eran compañeros de uniforme, de cuerpo o de arma. Los que juzgaban, podrían haber sido inculpados, lo defensores acusadores y los procesados juzgadores. Se pretendió una férrea censura durante el juicio para acallar a la prensa que no consiguieron.

La causa 2/81 nunca desentrañó la trama CESID, por lo que quedó sin conocerse la procedencia de las órdenes, si existieron, de acciones encubiertas o de inducción, y el papel que jugaron los agentes implicados. Todos declararon su inocencia, salvo Pardo Zancada que creía que la operación contaba con el apoyo real. No solamente invocaron al rey para su defensa, sino que alegaron obediencia debida y estado de necesidad, como eximentes. Todo fue un cúmulo de contradicciones. El juicio conoció la autoría intelectual. Fue Milans, junto con los otros generales y militares de alta graduación procesados. No se conoció quien fue el tapado «elefante blanco», aunque para Tejero era el propio rey. En el juicio quedó probado que había habido una rebelión militar. También quedó probado, por grabado, el asalto de la guardia civil al Congreso. De no haber habido esas imágenes, posiblemente nos habrían ocultado hasta la propia acción.

Fueron juzgados catorce militares, dieciocho guardias civiles y un ex dirigente del sindicato vertical franquista; pese a que muchos más participaron, por acción u omisión, conocimiento o inducción. La sentencia condenó al general Milans y el teniente coronel Tejero, a 30 años de prisión, por un delito probado de rebelión militar. Posteriormente el Supremo condenó a la misma pena, por el mismo delito, al general Armada. El resto de procesados fueron condenados a diferentes penas, entre los doce años a uno de prisión, o a la pérdida de empleo temporal, y tres absoluciones.

Vivimos en un país de secretos. La Ley sobre secretos oficiales, procede del franquismo (5 de abril de 1968), con algunos retoques establecidos en 1978 antes de la aprobación de la Constitución. El Congreso de los Diputados aprobó una iniciativa para fijar un periodo de desclasificación automática (25 años para materias secretas y 10 para las reservadas), atribuyendo al Consejo de Ministros la facultad de clasificación. Hasta siete secretos del 23F y la Transición podrían quedar a la luz si se modifica la ley de secretos: ¿Adolfo Suárez propuso al rey Juan Carlos revocar su dimisión un día después del 23F? ¿Nos salvó el rey de un golpe que el mismo había puesto en marcha? ¿Felipe González estaba al tanto de la Operación Armada y aceptó ser vicepresidente de un general? ¿Qué nombres, acciones, relaciones y documentación recabaron los servicios secretos españoles en su investigación? ¿Hasta dónde había implicados mandos y cargos de la época, incluidos los del Cesid?

La opacidad de España es mayor que la del Vaticano, modelo del secretismo, que aunque ha desclasificado documentos sobre la actividad de la Iglesia argentina bajo la dictadura, todavía no lo ha hecho sobre la inexistencia de dios y las vidas poco ejemplares de muchos miembros de su comunidad en la historia. La paradoja estriba en que, mientras Defensa alega que no tiene medios para desclasificar documentos sobre la guerra civil o los campos de trabajo de la dictadura, ha digitalizado miles de páginas de informes desclasificados sobre los avistamientos OVNI y con limitaciones.

Pese a los secretos y ocultaciones, algo sabemos: El golpe de Estado se dio en nombre del rey y a sus órdenes. «Para Suárez estaba claro que el alma del 23-F era el Rey» (Pilar Urbano). El rey insistió ¡A mi dádmelo hecho! (El Rey y su secreto, Jesús Palacios). Armada fue autorizado por Juan Carlos I para proponerse como presidente del Gobierno ante los diputados. Estaba previsto que a la llegada de Armada, varios diputados lo avalaran. Se consiguió lo que pretendían: el rey consolidado, la monarquía fortalecida, el desarrollo del estado autonómico paralizado; y la política de Suárez reconducida.

El esperado «elefante blanco», la autoridad militar por supuesto, no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque podría haber llegado al Congreso. El plan que el general Armada presentó en nombre del Rey a Tejero no fue aceptado. Éste había jugado demasiado fuerte como para consentir que en el gobierno de España hubiera socialistas y comunistas. Tejero, que quería una junta militar presidida por Milans, se sintió traicionado e impidió que Armada asumiera la presidencia del gobierno a las órdenes del Rey. El suyo era un golpe duro, de involución, y desmanteló el golpe blando dirigido por Armada.

Se creó la idea de que habían convergido varios golpes para oscurecer lo que en realidad había pasado, pero solo hay un golpe de Estado, la última de las operaciones que organiza la denominada Transición Paralela, empresarios, políticos y militares conservadores que se confabulan a partir de 1977 para deponer a Adolfo Suárez y especialmente para modificar el proceso de democratización.

El Rey fue implicado en la mayoría de las declaraciones de los encausados y que el elefante blanco estaba a sus órdenes. Posiblemente la mayoría de las pruebas documentales y cintas con imágenes y sonidos habrán sido eliminadas por órdenes de destrucción masiva. Habrá que esperar a la desclasificación de los documentos para conocer algo más sobre el caso, aunque algo sabemos. Cuando eso ocurra algunos ya habremos muerto y los hijos de mis hijos ni sabrán de qué hablaba el abuelo.

 

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