La economía británica sufre tras la salida de la Unión Europea

26 Ene 2024 por Francisco Villanueva

Hace más de 15 años, a partir de la crisis financiera internacional de 2007/2008, que la productividad británica crece solo +0,4% anual, que es la mitad del alza de los principales 25 países integrantes de la OCDE (“Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos” con sede en París). Por eso es que los salarios reales de los trabajadores crecieron menos de 0% en los últimos 15 años, lo que implica que han dejado de ganar un promedio de 10.700 libras esterlinas anuales.
A su vez, la desigualdad se ha acentuado significativamente, y la diferencia entre la de Londres, que es la mayor, con la del norte de Inglaterra es ahora de 4 o 5 veces, lo que convierte al Reino Unido en el país más desigual de Europa, lo que incluye a Italia.
La combinación de nulo crecimiento per cápita y de elevada y creciente desigualdad tiene un sentido absolutamente negativo para las regiones de menores ingresos, con una pérdida prácticamente completa de expectativas de los jóvenes de entre 18 y 29 años de edad; y esto está acompañado de un aumento de la pobreza extrema que se manifiesta en la consolidación de una subclase marginal sobre todo en las grandes ciudades de Manchester, Liverpool y Leeds.
De ahí que la clase media sea ahora 20% más pobre que sus pares de Alemania, y sus ingresos 9% inferiores a los de Francia. La pérdida de productividad se manifiesta en todos los planos: el comercio exterior como porcentaje del producto cayó -2.2 puntos porcentuales en 2023 respecto a los niveles prepandemia (2019/ 2020), lo que implica que el Reino Unido pierde franjas crecientes del mercado externo frente a EE.UU., Canadá y hasta Japón.
La pérdida de expectativas hace estragos en la juventud: son más de 9 millones los jóvenes de 18 a 29 años que nunca han experimentado una economía con salarios reales de carácter ascendente.
En su momento, Primera Revolución Industrial (1780/1840), Gran Bretaña fue la cabeza de la manufactura en el mundo, centrada en el eje Manchester/Birmingham.
Pero luego, a partir de la Segunda Revolución Industrial, experimentó un pavoroso proceso de desindustrialización que convirtió a esas grandes urbes manufactureras en ciudades fantasma, asediadas por la marginalidad y la nostalgia, que es una enfermedad letal en el Reino Unido. Pero en estas ciudades del interior no se produjo en ningún momento el tránsito hacia una economía de servicios, sino simplemente el desplome y la desaparición de la productividad manufacturera.
El cálculo del Centro de Estudios para los Resultados de la Economía (CEP) es que revertir este proceso solo en Manchester requeriría aumentar más de 30% su stock de capital respecto a los niveles actuales, e incorporar al menos 200.000 trabajadores altamente calificados a la población contemporánea.
No es esto lo que está ocurriendo: los últimos 40 años previos a 2022 Gran Bretaña ha tenido un nivel de inversión de 9% del producto, el más bajo de los países avanzados y el menor del G-7.
El gran salto de productividad que desató Margaret Thatcher en la década del 80, el último en términos históricos de Gran Bretaña, tuvo como contrapartida un extraordinario incremento de la disparidad entre Londres y el resto del país, que se acentuó en los 30 años posteriores.
Londres siempre fue la capital de los servicios (transportes marítimos, seguros, sistema bursátil) y esto hizo que en la etapa de desindustrialización de la Segunda Revolución Industrial, sobre todo en su fase inicial de 1860/1913, la productividad de Londres fuera 60% superior a la del resto del país.
Luego, en el gobierno de Margaret Thatcher, la líder tory desató la más profunda desregulación de la City de Londres, y produjo el memorable Big Bang, que ratificó para siempre la desigualdad estructural de la economía británica.
Esta desigualdad se manifiesta en todos los planos, y no solo en los niveles de ingreso, sino también en la expectativa de vida que es 10 años superior en la capital respecto al interior británico.
Se puede resumir la situación señalando que la productividad de los últimos 10 años ha sido la menor desde 1860 (+0,1%/+0,3% anual), y se debe exclusivamente al boom que desató el Big Bang de Margaret Thatcher.
El punto de inflexión de este desplome ocurrió en la Segunda Revolución Industrial. En ese momento Gran Bretaña apostó a la defensa de los sectores declinantes como el carbón y las construcciones navales, y se refugió en el comercio y la banca de Londres. Esto sucedía en el momento en que EE.UU. y Alemania se orientaban a la industria automotriz y la electricidad.
En los países capitalistas, el grado de optimismo se revela en la tasa de inversión y se orienta a que el capital se destine a las oportunidades y no intente crear seguridad.
Por eso en Gran Bretaña la productividad no es solo un fenómeno económico sino también cultural. Consiste en elegir entre el pasado y el futuro, lo que en el proceso de acumulación capitalista se convirtió en sinónimo de la cultura norteamericana, no de Gran Bretaña que en su momento, que quedó irreversiblemente atrás, fue la primera potencia manufacturera del mundo y el centro de la innovación mundial, sobre todo en Manchester, Birmingham y Leeds.
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