Sánchez y Milei: Los modelos en liza
El encuentro tradicional del mundo económico en Davos ha ofrecido en esta ocasión una representación gráfica de los dos grandes modelos ideológicos en liza a escala global.
Detrás de la caracterización estrambótica y de las constantes performances de Javier Milei se percibe claramente el mismo libreto que exhiben con estilo propio los Trump, Bolsonaro, Le Pen, Orban, Wilders, Abascal, Ayuso o Feijóo.
Su estrategia consiste en agitar miedos ante la incertidumbre que generan las grandes transformaciones globales. Dibujan falsas dialécticas entre política y antipolítica, bases y élites, rurales y urbanitas, rectos y corruptos, tradicionales y pervertidos, nacionales y extranjeros, morales e inmorales, buenos y malos, en definitiva. Todo a fin de señalar falsos culpables y erigirse en salvadores igual de falsos.
Manipulan las emociones de la gente, ofreciendo el refugio de lo conocido por tradicional, en la nación, la religión, la familia, la tradición, frente a la amenaza de lo desconocido por nuevo. Fomentan la desconfianza y la negación de la evidencia científica y factual, para construir realidades alternativas con manipulaciones, exageraciones y mentiras.
Y, finalmente, su receta de gobierno resulta ser la más vieja y fracasada: la protección de los intereses de los privilegiados, mediante la retirada del Estado y la consolidación de las desigualdades. Más mercado libre. Menos Estado regulador. Impuestos a la baja. Privatizaciones por doquier. Recortes en el Estado distribuidor. Sálvese quien pueda en la vigencia de los derechos humanos. Y autoritarismo para que el sistema no se les vaya de las manos.
Para alcanzar el poder, venden como salvación aquello que más injusticia y sufrimiento ha generado a más seres humanos a lo largo de la historia.
Frente a la oleada ultra que representó Milei en Davos, los principales actores de la economía global pudieron escuchar después a Pedro Sánchez, la referencia más relevante de la socialdemocracia europea en la actualidad.
Lejos de negar los desafíos del momento o de alimentar el miedo al futuro, Sánchez hizo un llamamiento a afrontar los retos con esperanza. Lejos de azuzar dialécticas y confrontaciones estériles, insistió en el diálogo y el entendimiento. Lejos de promover el éxito exclusivo para unos pocos, insistió en un progreso justo para todos.
La intervención de Sánchez se centró en “un nuevo paradigma de prosperidad”, que conjugue crecimiento económico, justicia social y sostenibilidad ambiental, en un contexto de vigencia inexcusable para la democracia y los derechos humanos.
Porque puede hacerse, y no hay que elegir. Se pueden defender los valores del emprendimiento, de la meritocracia, del fomento del conocimiento y el talento. Y, a la vez, demandar igualdad de oportunidades y garantías de dignidad para todos los seres humanos.
Se puede construir una economía exitosa, sostenible y justa, al tiempo.
Se puede asegurar la economía de mercado y reconocer el papel imprescindible del Estado como garante de sus reglas, como regulador para su eficiencia, como impulsor de las dinámicas de interés estratégico, como predistribuidor para la igualdad de oportunidades, como distribuidor para la justicia social…
Se llama socialdemocracia, y no solo es el modelo más justo para las mayorías trabajadoras. También resulta más eficiente para el mundo de la economía, de la empresa y del emprendimiento. Porque a este mundo, en el corto y en el largo plazo, le viene mejor la democracia, la igualdad de oportunidades y la paz social, que el autoritarismo, las grandes desigualdades y la conflictividad social.
Y efectivamente, si los asistentes de Davos hubieran votado entre Sánchez y Milei, hubiera ganado el socialista. Incluso allí.