En España la prosopagnosia es una condición neurológica endémica. Podemos padecerla sin darnos cuenta porque, además, en la escena pública algunos políticos y profesionales de la opinión televisiva disponen de un elenco de personajes con los que se desenvuelven entre cadena y cadena, entre programa y programa, disponiendo de ellos según la conveniencia.
La prosopagnosia es la llamada ceguera de rostros; tiene, probablemente, un origen genético aunque por lo visto también se desarrolla de forma adquirida. La ceguera de rostros impide a quien la padece reconocer la identidad de la persona a través de la fisonomía de su cara. Puedes estar hablando con alguien que crees no conocer y que en realidad es una persona conocida a la que no has identificado. Es, como se pueden imaginar, terrible. O puede serlo. O no; simplemente puede ser una condición neurológica, como les decía, que se acabe superando con ejercicios de la mente. O no.
En política, que es a donde vamos, la prosopagnosia nos afecta a todos. Nuestros representantes salen en la tele y no los reconocemos. Nos pasó con Rivera el primer día de campaña. A los que no fuimos a su acto y lo seguimos por televisión nos costó identificar en su imagen a la persona que decía que tras las elecciones contribuiría al desbloqueo. No lo reconocimos porque nos atacó la ceguera de rostros. Y el sentido común. Si eso era así ¿por qué no lo hizo unas horas antes de disolverse la cámara? Con otros pasa lo mismo. De aquellos polvos estos lodos. Tratamos de identificar al tertuliano pero como este se adapta a su político de referencia es imposible seguirle los pasos. Los tenemos delante y no sabemos quienes son.
A veces ponemos un canal donde hay una tertulia y como no los distinguimos pensamos que estamos en otro viendo un programa de corazón. Los rostros, irreconocibles, no se diferencian en nuestro cerebro y por eso, como los argumentos suelen ser tan peregrinos como histriónicos, pensamos que estamos en un programa de corazón de los de la tarde. Aunque sea de noche. Podemos tener a Carmen Sandiego a nuestro alcance y creer que se trata de Mariano Rajoy, aún mirándola a los ojos. España es diferente, clamaba la propaganda franquista desde el despacho de Fraga Iribarne, en los años del desarrollismo, Torremolinos Gran Hotel y las suecas. Y en cambio, ahora es igual. O da igual, cuestión de pareceres. Unos políticos no quieren que gobierne Pedro Sánchez con Podemos pero no ofrecen una alternativa, salvo que el PSOE resigne el poder ganado en las urnas, que s la única otra opción si alguien no cambia de actitud. Creen que los ciudadanos no distinguirán los rostros y que habiendo votado a unos les dará igual que gobiernen otros, los perdedores.