Predicar, dar trigo y la utopía

Los partidos políticos -democráticos- sufren una curiosa metamorfosis interna en el transcurso que va de la alternativa de poder a la realidad del gobierno. Los cursis lo llaman las “razones de Estado” que no estaban previstas en la utopía y que acaban por conducir al desencanto. Los castizos, prefieren acudir al chiste del aviador que en una maniobra de aterrizaje forzoso espeta a su tripulación: “Tierra a la vista, nos la vamos a comer toda”. Y entre medias toda una gama de grises que acaban por convertir a la política en el “arte de lo posible”.

Manuela Carmena y Ada Colau, entre otros de los triunfadores del 24 M, han de afrontar ese complicado reto de gobernar la realidad sin que se pierda ese espíritu de la utopía y ese guiño del cambio. Apenas una semana después del día D, ambas alcaldables solo pueden ser juzgadas por sus gestos y por el contrato electoral que suponen sus programas.

Los gestos son un buen principio, pero la realidad nunca se asemeja a la letra de los programas

Como lo segundo se escribe en clave de utopía sobre el papel, y el papel lo aguanta todo, es mejor quedarnos con sus gestos. Así mientras la primera se remanga y se reúne con magistrados para crear la Oficina Antidesahucios, anuncia una reunión con la banca e invita a desayunar a su casa a José Mújica -el estrafalario en términos machadianos- ex presidente de Uruguay, la segunda se reúne con los trabajadores de Movistar y recuerda tanto a bancos como empresas que para ser proveedor municipal hay que tener un cierto compromiso ético.

Sin duda alguna, cada una según la personalidad de quien las ejecuta, emite señales de que algo ha cambiado en el panorama político tras el 24M. Pero todavía les queda por darse sobre todo un baño de realidad, y ambas han de afrontar el reto de que gobernar no es prometer, es decir, gobernar es dar trigo, administrar una realidad algo más que compleja y multivariable.

Por ejemplo, la banca es la responsable de los desahucios, punto en contra, pero es quien adelanta con sus préstamos el pago de las nóminas de funcionarios, proveedores o políticas sociales, punto a favor. Las constructoras, por su parte, presionan para construir viviendas de precio libre, punto en contra, pero al mismo tiempo son las promotoras de las viviendas protegidas o de precio tasado -un volumen de construcción que no pueden absorber las promociones cooperativas- o de la obra civil en infraestructuras, punto a favor.

Esta muy bien exigir a Movistar o a cualquier empresa que sea ética con sus trabajadores, pero al mismo tiempo resulta feo no pagar puntualmente la nómina de los recibos de teléfono y esperar que no nos corten el servicio (¿Se imaginan un ayuntamiento sin teléfono o internet?) o convocar concursos para proveer de vehículos, por ejemplo, a la policía local pero intentar aplazar su pago.

Puntos a favor y en contra que se pueden encontrar analizando uno por uno todos los ramos de la actividad productiva de un municipio y que interactúan sin que nos demos cuenta. Del mismo modo, en esta partida, no se puede enarbolar la bandera de que no se van a cumplir las leyes que no nos gustan o de la insumisión a la carta; porque del mismo modo los ciudadanos pueden entender como injustas determinadas tasas municipales y unilateralmente decir: “Yo, como mi alcaldesa, considero esta tasa injusta y no la pago”.

Neverland no existe

Así las cosas, tan peligrosos para los emergentes regidores municipales se antojan los llamados “poderes fácticos” externos como los “intelectuales orgánicos internos” que tienen grabado a sangre y fuego en su cerebro el programa máximo. Carmena y Colau deberán navegar entre unos y otros, sortear toda suerte de provocaciones y amenazas -del fuego amigo y del enemigo- y demostrar a los ciudadanos que otra política es posible, pero en este mundo, no en Neverland.

Si nos miramos en el espejo griego, más allá de los mensajes que emergen de la trinchera, Tsipras y Varoufakis lo que piden a sus socios es negociar, pactar y tener un margen de maniobra para sacar adelante a su país. La quita y el rescate es un pacto de voluntades a dos, no una imposición de uno sobre otro.

En definitiva, que en este juego endiablado -nadie dijo que la vida era fácil- nadie tiene la sartén por el mango sino que va pasando de mano en mano en función del contexto. Y hablando de sartenes y fuego, lo importante es no quemarse.